Arabia Saudita-Irán: la guerra fría de Oriente Medio
Vamos a analizar una de las rivalidades más fuertes de Oriente Medio que recicla el concepto de guerra fría y que puede poner al mundo patas para arriba en caso de un enfrentamiento directo: la lucha entre los Ayatollah de Irán y la Casa Real de Arabia Saudita. Esta no es solo una de las tantas rivalidades entre las dos ramas del islam, chiitas y sunnitas, sino que la guerra fría entre persas y árabes entra de lleno en una de las carreras estratégicas menos observadas y que puede llevar a tensionar gran parte del mundo. Arranquemos por la historia saudí.
La Casa Saúd y el Wahabismo
Arabia
Saudita, el país líder de los musulmanes sunitas de Oriente Próximo y que dirige
un bloque árabe-suní integrado por Egipto, Jordania, Emiratos Árabes Unidos,
Kuwait y Bahréin. Gobernado por la Casa Saúd, sus reyes, es un actor regional
clave.
Podría
decirse, con algunas reservas, que la Arabia Saudita que conocemos hoy se
consolidó en 1932 cuando todo el territorio quedó unificado bajo Ibn Saud, el
primer rey. Todo ese estado se construyó bajo dos premisas: el poder de los
wahabitas y la protección de los lugares sagrados.
El
Wahabismo es una corriente política-religiosa muy antigua del islam que expresa
una lectura literal del Corán, el texto sagrado, y estaba liderado por un
clérigo llamado Al Wahab que consideraba, entre otras cosas, que los lugares
sagrados del islam estaban corrompidos. Ibn Saúd, miembro de la familia que
estaba exiliada en Kuwait mientras el poder lo tenían los aliados del Imperio
Otomano, formó una alianza militar-religiosa donde Saúd le daba el poder
militar a Al Wahab a cambio de que éste le diera su aprobación.
Esta
alianza fue clave: les permitió a ambos organizar, a grandes rasgos, la
unificación del país que para ese entonces estaba dividido centralizando el
poder político, militar y religioso en sus personas. Los Saúd reinarían y el
Wahabismo sería el paraguas religioso e ideológico del reino.
A
partir de 1915, más aún con la posterior pérdida de poder de los otomanos, todo
empezó a salir redondo para los Saúd que tuvieron el visto bueno de los
británicos para quedarse con otros territorios de la península bajo la condición
de no intervenir en otros protectorados.
El
año clave es 1925 cuando lograron quedarse con la Meca y la Medina, lugares
sagrados para el islam, y que eran la joya de la corona. Ahora no había dudas
de que la alianza Saúd-Wahhab era el protector de esos santos lugares y que
todo el reino se erigiría en torno a eso.
En
1932, Ibn Saúd fue nombrado rey de Arabia Saudita con el apoyo británico mientras
continuaba su unificación territorial y tenía que empezar a sofocar algunas
revueltas que surgieron años antes que se extenderían hasta muchos años después
cuando pasó algo importante:
En
1979 vino la toma de Gran Mezquita, encabezada por Juhayman al-Utaybi uno de
los líderes de esas revueltas y que buscó dar un golpe a esa idea del reino
saudí como protector de los lugares sagrados. El rechazo a los Saúd se daba por
sus relaciones con Occidente.
El
Reino saudí ya desde los años setenta y ochenta adoptó una política exterior
muy pragmática con occidente por un simple motivo: quería empezar a ganar peso
internacional con los pozos petroleros que había descubierto en 1938. Este
pragmatismo enfurecía a los dogmáticos del islam como Al-Utaybi.
El
secreto para atravesar todas estas tormentas fue combinar el wahabismo, a quien
seguían dando cada vez más poder, con la modernización del estado como potencia
petrolera y reprimiendo todos los levantamientos internos con ayuda de los
británicos que no querían líos. Por todo esto, la consolidación del reino fue
tan importante que el Rey posee el título de “Custodio de las Dos Mezquitas
Sagradas”, algo que se ve fuertemente amenazado cuando en 1979 tuvo lugar en
Irán la revolución islámica y la toma de poder por parte de los clérigos
chiitas.
Más
que un cisma del islam
Si
hay una fuerte división en el mundo islámico es entre chiitas y sunnitas por no
tener, entre otras cosas, un sistema político y religioso que los agrupe a
ambos. Los sunnitas son (+/-) 90% de todos los musulmanes del mundo y solo el
10% está reservado para los chiitas.
Irán,
que tiene una población chií muy mayoritaria, siempre tuvo como objetivo
construir y reforzar la medialuna que unifica a todos los países en donde hay
población chií. Esto pasa en Irak, con quien Irán se enfrenta en la guerra de
1980-1988, Siria, el Líbano y Bahréin.
Hoy
la relación entre ambos países está marcada por la desconfianza y amenaza mutua
especialmente desde el 2003 cuando Irán quedó expuesto como una creciente
amenaza con un sofisticado sistema militar con alcance nuclear y que amenazaba
la existencia del resto.
Pero
también la guerra de Irak del 2003, después de la eliminación de Sadam Hussein
(un líder sunnita que enfrentó a los iraníes en la guerra), les dio vía libre a
los persas para acrecentar su poderío regional y consolidar las bases para
expandirse con su pata nuclear.
Sin
embargo, las diferencias dogmáticas que tengan las dos ramas del islam no
llegan a explicar el porque de una rivalidad que en realidad es también
política, económica y estratégica por el dominio regional y en dos puntos
clave. Vamos a ver algo de esto.
Entre
Arabia Saudita e Irán no hubo un enfrentamiento directo, pero sí hubo guerras
proxy o subsidiarias. Como entre EEUU y la URSS en la guerra fría, las disputas
se dirimen fuera de los dos países sea en Yemen, Siria o el Líbano en mucha
menor medida por la presencia de Hezbollah.
La
primera causa de la rivalidad es política y económica y tiene que ver con el
dominio regional. El antecedente más próximo es en el 2011 cuando se dieron las
mal llamadas Primaveras Árabes y países muy frágiles como Siria y Yemen
entraron en guerras civiles. Me refiero
así a las primaveras árabes porque las revueltas de ese momento no consiguieron
mucho: pongamos el caso de Egipto. Las revueltas lograron que Mubarak, con 30
años en el cargo de presidente, se fuera y dejara lugar al islamismo radical de
los Hermanos Musulmanes. Como si el remedio hubiera sido peor que la
enfermedad.
La
política de Arabia Saudita hacia Occidente es bien pragmática y necesita mantener
el statu quo a cualquier precio. Irán, en cambio, representa la cabeza de un
eje antiimperialista, antisemita y perturbador del orden.
El
escenario de disputa política y económica es el Golfo, un área estratégica.
Para los persas se llama Golfo Pérsico y para los árabes es el Golfo Arábigo,
una rivalidad que llega hasta lo discursivo. Por ser ambos países fuertes en
petróleo, esta zona es trascendental. En el Golfo está el Estrecho de Ormuz que
es donde pasan entre 17 y 19 millones de barriles de petróleo POR DÍA y que
llegan a representar 1/5 de la producción mundial. Un enfrentamiento en esta
zona podría afectar enormemente al mundo entero como casi pasó en 2019.
Por
este punto pasa la producción de petróleo de los países de la OPEP en la zona,
de AS, EAU y también de Irán y una parte considerable del gas licuado qatarí
rumbo a Europa y Asia, dos mercados fundamentales. Mantener esta zona bajo
control es fundamental para ambos.
Primero,
es fundamental para Arabia Saudita porque le permite mantener su liderazgo
regional en el Golfo, algo que se traduce en un organismo muy importante que es
el Consejo de Cooperación del Golfo encabezado por el reino que es como el
hermano mayor de todos. Para lograr esto, los saudíes apelan mucho a la
cooperación militar con otros países y aquí es fundamental Estados Unidos. Bajo
una verdadera alianza estratégica, los saudíes se garantizan el poder militar
que, a priori, el reino no cuenta con gran producción propia como Irán.
Estados
Unidos encuentra en Arabia Saudita la posibilidad de retornar a la “región”
después de la bochornosa salida de Afganistán en agosto de 2021. La alianza
suele demostrarse en el Mar Rojo, en los ejercicios de “Native Fury 22” luego
de atracar en el puerto saudí de Yanbu. Los
últimos anuncios de Biden frente al congreso, prometieron una asistencia de 300
misiles patriot y el armamento por 3.000 millones de dólares después de haber
aplicado un “veto” a la venta de armas al Golfo tras asumir la presidencia de
EEUU en 2021.
La
amenaza nuclear iraní
El
expansionismo y la amenaza de Irán, que no hay que olvidar nunca que es una
amenaza nuclear, llevó a que Biden retrocediera ese veto y la asistencia
militar comenzara a ganar el lugar que tuvo en administraciones anteriores.
Esta tendencia hoy en día se mantiene.
Para
los persas, el Estrecho de Ormuz es también fundamental porque es uno de los
canales de chantaje contra occidente cuando pretenden que los iranís dejen su
programa nuclear bélico. Ellos dicen: si dejo de enriquecer uranio, entonces
dejo de enviar petróleo o ataco la zona. En el 2019 la cosa casi se complicó y
mucho en la zona del Golfo. Un ataque de drones iraníes destruyó algunas de las
instalaciones petroleras saudíes y el precio del petróleo aumentó en horas un
20% causando alarma en los mercados y en los reyes sauditas.
El
ataque tuvo lugar sobre dos petroleras saudíes verdaderamente importantes:
Abqaiq que es la mayor planta de refinamiento del mundo y el campo petrolero de
Khurais. Fue un ataque que desencadenó un efecto inmediato en los mercados y la
alerta del mundo entero. El deterioro de la planta de Abqaiq produjo también
una reducción en torno al 50% de la producción (unos 5,7 millones de barriles
diarios). Sin embargo, tiempo después, el ataque fue atribuido ni más ni menos
que por una facción conocida como los Hutíes.
Los
Hutíes son una facción terrorista que lucha en la guerra civil de Yemen y que
son financiados por Irán. Yemen, un país devastado y con una grave crisis humanitaria,
es el actual escenario proxy entre Irán y AS que lidera la coalición de estados
árabes.
¿Por
qué Yemen es el actual escenario de guerra entre árabes y persas? Porque hay
también otro estrecho que es importante y que no mucha gente conoce: Bab Al-Mandab,
donde a su alrededor también tiene lugar las amenazas de Somalia (piratería
somalí) y Sudan.
Al
igual que Ormuz y además de ser el paso obligado para llegar al Canal de Suez y
el Mediterráneo, Bab El Mandab no puede caer bajo dominio de Irán y en esto
trabaja no solo la coalición Arabia Saudita, Egipto y EAU sino también Israel y
EEUU. Para los saudíes hay algo más.
Si
los iranís le ganan Yemen, están a las puertas no solo del reino saudí sino de
las poblaciones chiitas (un 15% del total) que viven entre Qatif y Al Ahsa,
para muy mala suerte de la Casa Real, ni más ni menos que en donde están los
yacimientos petroleros.
¿Qué
quiere Irán entonces? Quedarse con la región entera.
Así como Arabia Saudita busca mantener el statu quo, Irán quiere borrar del
mapa a todos los que les ha declarado la guerra. Encabeza el “Eje de la
Resistencia” bajo dos premisas: anti-EEUU y profundamente antisemita. Para Irán
el apoyo no necesariamente debe darse a países sino también puede ser a organizaciones
criminales, rebeldes y terroristas que se mueven entre los países con población
chiita: Siria, el Líbano, Irak y Bahréin que está dentro de la influencia
saudí.
La
táctica más usada por los persas es la reconfiguración de la demografía de los
países y esto ha sido muy usado en Siria. Con el apoyo a Al Assad, los
iraníes fueron también responsables de más de la masacre contra los musulmanes
sunnitas y los 13 millones de exiliados.
Además
de amenazar con las milicias chiitas, la táctica de hostigar los centros
sagrados sunnitas es también muy común. En el 2008, grupos numerosos de chiitas
rodearon y hostigaron (con cantos blasfemos para el sunismo), la Mezquita de Omeya,
en Damasco, Siria.
Por
último, hay también algo clave en la nueva configuración de alianzas: la
amenaza iraní expone a Israel (a quien ha amenazado con borrar del mapa) y
también a los árabes que no podrían defenderse ante las armas persas ni mucho
menos las nucleares. En el 2020, los Acuerdos de Abraham fueron el puntapié
histórico para configurar las nuevas alianzas de Oriente Medio. El conflicto,
generalmente presentado como árabe-israelí, ya cambió a la rivalidad de
árabes-israelíes contra el poder nuclear de Irán por una razón: Los
Ayatollah son una amenaza a la existencia de todos. El monstruo nuclear
iraní (compuesto por el enriquecimiento de uranio, las ojivas nucleares y los
misiles que llegan hasta Rumania) pone en jaque el sistema mundial entero como
ahora está haciendo Putin.
Al
igual que cuando comenzaron los Acuerdos de Oslo e Irán buscó sabotear cualquier
tipo de acuerdo con las autoridades palestinas, los persas hoy van a reforzar
su apoyo a la Yihad Islámica de Gaza, Hezbollah y las milicias terroristas en
Siria para atacar a Israel.
Hay
mucha tela para cortar atrás de una rivalidad que dirime sus pujas afuera, pero
que, en caso de un enfrentamiento directo, pueden poner patas para arriba la
estabilidad. El Golfo, zona clave, es el escenario donde los esfuerzos estarán
en detener a Irán.
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