La amenaza para la OTAN y los rastros de la Cumbre en Madrid

     

    

    La invasión rusa a Ucrania, a título personal una de las invasiones más anunciadas y previstas pero inevitable, lleva más de 126 días despertando las intenciones estratégicas de Europa en la OTAN, la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y reconfirmando la intención de buscar mayores márgenes de autonomía respecto a las intenciones defensivas y militares de los Estados Unidos. Algunas ideas, mientras se desarrolla la Cumbre de la OTAN en Madrid, pueden empezar a visualizarse frente a lo que se estima como un conflicto largo y dramático por el ensañamiento del Presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, sobre la población civil ucraniana especialmente de la región del Donbas. 

    La OTAN sigue siendo, hasta el momento, una organización política y militar vigente desde 1949 y, aunque con una estructura y mentalidad de la Guerra Fría, no deja de representar un intento válido de enfrentar los focos de desestabilización global de una forma también global o, al menos, multilateral entre los principales líderes. El concepto estratégico, un documento que la organización revitaliza y actualiza cada diez años, se dirige a señalar a Rusia como una amenaza para la seguridad de sus miembros que nuclea, como se dijo, a Estados Unidos, la Unión Europea, Gran Bretaña y la siempre enigmática Turquía quien expresa sus intereses sobre la seguridad y el peligro que representa para los intereses nacionales la extensión del Kurdistán. 

    Sin embargo, la invasión en Ucrania demuestra algo que ahora sí puede confirmarse: la propia OTAN como organización no ha podido sostener esa seguridad continental en Europa y no ha podido, aunque haya intentado, evitar la construcción de un tirano alimentado por el uso político del gas y el petróleo. Putin, frente a un Occidente con errores políticos y militares, logró comenzar un desmembramiento de Ucrania a partir del 2014 y consolidar así una zona de influencia mayor subordinada a los intereses del Kremlin. 

    Ese avance de Rusia y el desmembramiento de un país soberano desde la década de los noventa, algo que lo diferencia de otros conflictos alrededor del mundo, puso sobre la mesa un sinfín de cuestionamientos y dudas sobre qué hacer a partir de ahora respecto a una Federación de Rusia que no se rige con la misma lógica de la Guerra Fría, es decir de confrontación total y vinculación cortante, sino que se rige como un socio económico sobre el cual es preciso aplicar sanciones que impactan y continuarán impactando en una economía globalizada y con un sentido interdependiente. 

  Frente a este escenario que divide la opinión pública y a las principales concentraciones en los procesos de toma de decisión de política exterior de los países europeos, cabe destacar que Occidente aun no toma conciencia de los tentáculos del Kremlin que no se limitan a Europa sino que llegan hasta América Latina, en gran medida, pero también a Oriente Medio. 

    El sostenimiento de la República Bolivariana de Venezuela por parte de Rusia excedió los intercambios comerciales para pasar a una alianza política con un país que no solo está siendo acusado por crímenes de lesa humanidad sino que es sospechado de proveer la logística y el sostén para el funcionamiento de grupos terroristas transnacionales y de Crimen Organizado que operan en territorio latino como la Triple Frontera. La emisión de pasaportes venezolanos legales y debidamente emitidos sobre personas ligadas a organizaciones delictivas y que se mueven alrededor del mundo perpetrando y profundizando esas líneas internas delictivas y terroristas. 

    La relación con el régimen de Nicolás Maduro no se reduce a un sostenimiento y entendimiento político por parte de Putin sino también con un desentendimiento de Europa y Estados Unidos por intentar legitimar económica y políticamente a un régimen político garante de la violación a los Derechos Humanos y promotor de una crisis que llevó a un exilio mayor que el que aconteció en Siria desde el estallido de la guerra en 2012. De esta forma, tras la invasión a Ucrania perpetrada a partir de febrero de 2022, enviados de la Unión Europea y Estados Unidos intentaron descongelar las relaciones con Venezuela, congelada y embargada por lo comentado anteriormente, con el fin de devolverlo al mercado de petróleo para sustituir a Rusia, uno de los mayores productores del mundo, e intentar reducir los impactos negativos que los aumentos en el precio de la energía tiene sobre los proyectos políticos de los líderes europeos, como Emmanuel Macron en las pasadas elecciones de Francia, como también de Joe Biden quien deterioró, velozmente, su imagen pública de cara a las elecciones de noviembre de este año. 

    Con la aparición de Nicolás Maduro, confeso sostenedor de las campañas de Vladimir Putin y acérrimo crítico de las democracias liberales occidentales, vuelve a cuestionarse los mecanismos que los países occidentales toman para tratar de contener situaciones que, a la larga, terminan desbordados y con enormes cantidades de muertos en terriorios alejados de los centros donde se fomentan esas malas lecturas. Si la Unión Europea y los Estados Unidos, también con participación en el G7 reunido recientemente en Alemania, consideran que una alianza con la dictadura venezolana será una táctica defensiva para enfrentar a la dictadura rusa, entonces dentro de muy poco tiempo verán la profundización de un régimen represivo que se perpetuará sobre el lavado de cara que Occidente le ha hecho. 

    Es una discusión que excede la reflexión filosófica y la catarsis para adquirir un carácter realista: no existe, hasta el momento, otra forma de enfrentar a las dictaduras sino es a partir de una profundización y una alianza con las democracias liberales. El caracter realista de la Política Internacional excusa la relación y el sostenimiento de modelos antagónicos a lo que se pretende como democráticos: Turquía, dentro de la OTAN, es uno de esos casos. Pero, ¿hasta qué punto los líderes occidentales pueden sostener una política amoral, no inmoral, frente a los muertos y exiliados que el régimen de Nicolás Maduro sostiene? 

    Se sabe que la OTAN no es una organización que pueda ni deba sostener una estabilidad en la seguridad global e intervenir de forma directa sobre el incontrable número de conflictos que estallan, y continuarán estallando, alrededor del globo. Sin embargo, sí la OTAN debe incluir en su lectura política las distintas caras de un mismo fenómeno que se extiende de forma acelerada y es el gérmen que corroe, muy velozmente, los principales pilares de las democracias occidentales liberales que, aunque perfectibles, siguen siendo los mejores modelos posibles frente a las alternativas que propone la Federación Rusa, la República Popular de China, la República Islámica de Irán o las banales dictaduras de América Latina y el Caribe. 

    Bajo el desarrollo de los acontecimientos y las nuevas dimensiones que el concepto estratégico adoptará para una considerable parte del planeta, todo indica que se denominará a Rusia como una amenaza a la seguridad pero podrá volver a cometerse el mismo error de alimentar a los canales que financian y brindan logística a esos grupos que desprecian la forma de vida y los legados históricos, políticos y culturales de un Occidente que, frente a la adversidad, ha demostrado desarrollar los mejores sistemas políticos, económicos y sociales posibles. 

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